23 Oct Una razón para esforzarte cada día… y otra para estar agradecido
Tengo un convencimiento profundo en el poder que tiene nuestro pensamiento sobre nuestra forma de actuar y por lo tanto, sobre nuestros éxitos y fracasos. Siempre me han parecido admirables esas personas entusiastas y convencidas de sus propios objetivos, capaces de mantener su motivación cuando todos a su alrededor desisten, y además hacerlo con una sonrisa en los labios.
Lamentablemente, no creo haber descubierto toda su fórmula. Además, quizá no sería fácil ponerlo en palabras -menos aún escritas-, pero si tengo dos recomendaciones muy sencillas que, puestas en práctica con perseverancia, empezarán a sacar lo mejor de nuestro cerebro.
La primera gira en torno al primer pensamiento de la jornada: «Busca una razón para esforzarte cada día». ¿Por qué o por quién vas a trabajar duro hoy? Puede ser por ti mismo, o por alguien para el que trabajas, o por algo que te permite hacer el hecho de trabajar. Puede ser por lo que quieres lograr o aquello contra lo que luchas. No estoy hablando de definirte un objetivo, sino de encontrar razones para esforzarse en alcanzarlo. No me refiero a establecer las prioridades del día, hablo, por ejemplo, del orgullo de alcanzar un objetivo, no del logro en sí mismo. Lo que te reporta cumplir con tus metas es diferente del hecho de alcanzar la meta.
La segunda va a por el último pensamiento de la jornada: «Busca algo en el día que merezca tu gratitud». Todos los días, por duros y difíciles que sean, nos dejan algo valioso. La gratitud predispone positivamente, facilita el equilibrio y es el mejor antídoto para las principales emociones tóxicas: miedo, tristeza y rabia. Practicamos poco la gratitud, quizá por el falso prejuicio de que nos pone en situación de debilidad, como si al dar las gracias reconociéramos quedar en deuda. Dar las gracias no es sólo una cuestión de educación, es saludable para uno mismo reconocer lo que está a nuestro alrededor y nos sirve de apoyo. No hacerlo alimenta un sentimiento de soledad que nos destruye y debilita.
Dedica un par de minutos a esa reflexión de primera y última hora. Os aseguro que funciona. Como todo hábito, cuesta adquirirlo, pero merece la pena. Dominar y dar un carácter positivo al primer y último pensamiento del día termina facilitando que el resto del día nuestro cerebro esté más cerca de su lado positivo.