24 Abr Cómo convertir el pensamiento estratégico en un hábito
No hace mucho escuchaba una interesante ponencia que hablaba de cómo incorporar y automatizar ciertos hábitos en la actividad profesional. En la conferencia, el gurú explicaba magníficamente bien la manera de llevar a nuestro día a día las conductas adecuadas que nos permitan crecer y mejorar.
Acto seguido pensé que en la gestión directiva también existen factores de éxito que, aunque parezcan casuales, se deben automatizar y convertir en hábitos. El más importante de todos: La toma de decisiones estratégicas. Continuamente el directivo debe tomar decisiones más allá de la operativa diaria, decisiones que sólo se pueden tomar adquiriendo una perspectiva estratégica y global que no es fácil de encontrar. Pero, ¿podemos convertir algo tan trascendental para el devenir de una organización, en un hábito recurrente y periódico? Estoy convencido de que sí, e incluso creo que el directivo debe automatizarlo e invertir tiempo en ello.
En mi caso, todos los sábados y domingos acostumbro a salir a correr durante una hora aproximadamente. Ese es el intervalo de la semana que dedico a analizar la situación de la compañía, y llego a conclusiones cada semana a través de las mismas preguntas sobre el pasado inmediato y el futuro que está por venir. Este auto-cuestionario a veces produce respuestas claras, otras veces neutras e incluso, en muchas ocasiones, no lleva a ninguna conclusión válida. Pero es claramente efectivo y clarificador para mi responsabilidad de análisis y decisión estratégica.
Ahora bien, ¿por qué se producen las condiciones propicias durante el ejercicio físico? Creo que es el escenario ideal porque en él se concitan tres ingredientes fundamentales:
Distancia: Es importante apartarse del entorno habitual de trabajo. Los principales momentos ‘eureka’ no llegan en la oficina; suele ser lejos de ella donde uno encuentra esa solución o esa idea genial para la mejora de su organización. Este es un concepto únicamente físico. No es nada fácil pensar estratégicamente en la oficina, o en casa. Buscar un entorno totalmente opuesto a los habituales es el primer paso para crear las condiciones idóneas.
Soledad: Es fundamental encontrarte a solas con tus propios pensamientos. Sin ánimo de ser demasiado filosófico, hablamos aquí de una ‘soledad total’. Estar solo no es encerrarse en el despacho. En un despacho nunca se está sólo, aunque se esté solo, sino que se convive con las tareas, el correo electrónico, el teléfono, la operativa… Las grandes ideas siempre suelen sorprenderte en soledad.
Bienestar: Un pensamiento realmente fructífero nunca llega en situaciones contaminadas por la tensión o el estrés. Entra aquí un factor eminentemente químico. Está científicamente probado que tomar decisiones en situaciones que generen cortisol y adrenalina en el organismo aumenta las posibilidades de error o equivocación. Por el contrario, las grandes ideas están asociadas a la segregación de dopamina, que es una hormona y un neurotransmisor que se produce en el sistema nervioso cuando realizamos actividades que nos liberan y nos resultan placenteras. Existen estudios científicos que demuestran que la dopamina es capaz de generar motivación en nuestras mentes y, en consecuencia, está directamente asociada con las grandes ideas y las decisiones acertadas.
En conclusión, para un directivo el análisis estratégico y la toma de decisiones clave ha de ser un hábito que se debe arropar de los tres ingredientes citados: Que se realice fuera del entorno profesional, que se practique en soledad y con la química adecuada. La fórmula se reduce a que cada directivo sea capaz de encontrar momentos, al menos una vez por semana, en los que se den estas condiciones.
El ejemplo de salir a correr es válido, pero no es el único. Andar por el monte, ir en bici, nadar, esquiar, incluso conducir… cualquier actividad de este tipo es válida si se produce el equilibrio imprescindible para encontrar las llaves maestras que necesita el directivo de alta responsabilidad. Si me permiten un último matiz opinativo, el pádel, el baloncesto o el fútbol no sirven. Son muy buenas actividades y aportan grandes beneficios, pero conllevan una concentración en el propio juego que imposibilita la reflexión profunda y la perspectiva global.
Automaticemos el hábito de pensar estratégicamente. Sólo así conseguiremos encontrar la fórmula del continuo crecimiento.