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Manejar los tiempos… esa variable determinante en la toma de decisiones

Llevo treinta y tantos años trabajando, ¡qué suerte!, y de ellos, veintitantos como directivo, es decir, tomando decisiones cuyas consecuencias pueden afectar a uno mismo, a otras personas, a un equipo, a un departamento o a  una compañía entera. En todas esas decisiones, la sensación es siempre la de dar un salto al vacío. Por eso  tratamos, en la medida de lo posible, que ese salto se produzca con “un colchón razonable”, para no hacernos excesivo daño en la caída.

El citado “colchón” se fabrica con un conjunto de parámetros y variables (también se llama planificación) que dentro de tu cabeza y a través de un proceso temporal más o menos largo, terminan por germinar en forma de decisión. Muchos directivos dicen que es bueno distanciarse de las situaciones para ir fabricando ese “colchón”, incluso algunos dicen que utilizan el footing, entre otras “armas”, para conseguir esa distancia necesaria.

Lo que está claro es que esas variables están formadas por el conocimiento mismo de la situación, es decir, el conocimiento del punto de partida y por el deseo del punto de destino… y todo aquello que hay que construir en medio de los dos para lograrlo.

Siempre he pensado que una buena (nunca es perfecta) decisión no aparece por casualidad, sino que debe construirse. Para ello, hay una serie de elementos indispensables:

  • El primero, ser conscientes (tener necesidad sentida) de que hay algo que resolver (decidir).
  • A continuación, identificar claramente y con la mayor exactitud el qué hay que resolver (¡ojo! no confundirse con los síntomas y/o los efectos de las causas verdaderas. Decía el sabio Einstein que la formulación de un problema es más importante que su solución).
  • La siguiente fase consiste en buscar distintas alternativas para llegar al destino planteado, entonces se escoge la que consideramos mejor y, a continuación, decidimos cómo ponerla en funcionamiento.
  • Finalmente la terminamos ejecutando y, a partir de ahí, esperamos a ver si hemos acertado o, por el contrario, hay que volver a empezar por el principio, revisando cada una de las fases que he comentado, desde la primera  hasta la última, así hasta que acertemos.

Éste simple esquema sigue siendo válido hoy día. Sin embargo, en estos últimos tiempos en los  que el entorno más o menos conocido se ha esfumado y nos enfrentamos a situaciones completamente nuevas, decisivas y, en algunos casos, de supervivencia, he descubierto que una de las claves, que siempre ha estado ahí y envuelve cada una de las fases antes expuestas, es en estos momentos determinante, tan determinante que puede transformar una excelente decisión en un éxito o fracaso… ¡Es el  manejo de los tiempos de esa decisión! Es decir, acertar justo en el momento preciso, hacer  cada cosa cuando toca, en el momento exacto. Esto, y no tanto la calidad de la decisión, es lo que marca la diferencia entre éxito y fracaso.

Es como el cocinero experto que conoce con exactitud los ingredientes, las medidas para mezclarlos y cuándo hacerlo y retirarlos del fuego para obtener ese exquisito resultado final que llevarse a los sentidos… y ahora, de pronto, se encuentra con un nuevo entorno (la inducción eléctrica) y descubre que el éxito de su guiso con los mismos ingredientes depende de otros tiempos de cocción y de acertar en el momento justo de apagar o retirar  el plato del fuego.

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